La
Navidad es una época hermosa en la que predominan la bondad y la generosidad.
Es el momento del año en el que toda la familia se reúne y celebra una gran
fiesta. Aunque, a veces, celebrar la Navidad puede resultar un poco… difícil y
peligroso.
-Muy
bien, empecemos la reunión- dijo un hombre alto y rubio entrando en la sala-
tenemos que decidir dónde celebraremos la fiesta de Navidad este año y… ¿me
estáis oyendo?- se calló al sentir que cada uno estaba a lo suyo y nadie le
prestaba atención- ¡qué os calléis!
-¡Oh!
Doitsu ya está aquí. ¡Hola Doitsu!
-Sí,
sí. Hola Italia…
-Ve~ me
ha saludado, te dije que lo haría- dijo Italia dirigiéndose a un chico idéntico
a él- porque Doitsu me quiere mucho.
-Que sí
Veneciano, que el Macho Patatas te quiere mucho y todo lo que tú digas…
-Romano,
no seas así con Ita-chan.
-¡Tú a
callar, bastardo!
-¡YA
BASTA!- gritó enfurecido Alemania- tenemos que decidir dónde vamos a celebrar
la dichosa fiesta de Navidad, así que silencio. ¿Alguien quiere presentarse
para ser el anfitrión este año?
-¡Esta
es una misión digna de mí! Como héroe que soy me ofrezco para cumplirla con
éxito. En Estados Unidos ponemos luces en todos los edificios y le damos color
de Navidad a los dulces, ¡somos los mejores!
-¿Alguien
más?
-Yo
quiero también. En Rusia tenemos un señor que hace milagros y se llama Santa
Claus. Hacemos muñecos de él y los usamos de adornos, y se dice que se mueven
cuando pasa el 25 de diciembre.
-Ve~
ve~ ve~ en Rusia no, en Rusia no.
-Ru-Rusia,
has asustado al pobre Italia- le regañó un chico con un oso panda.
-Lo
siento Italia- se disculpó Rusia con una sonrisa- ¿por qué no te presentas tú,
China?
-Bueno…
en mi país está prohibido adornar árboles porque se queman fácilmente, pero al
menos comemos pizza.
-No
esperaba menos de ti, Chugoku-san- le dijo un chico vestido con un traje
parecido al de la Marina.
-¿Y en
tu casa cómo lo hacéis, Japón?- le preguntó China.
-Bu-bueno…
pues…
-¡Japón!
¡No dudes y cuéntanoslo!- le gritó un chico rubio- en Suiza, por ejemplo, la
celebramos en familia y por eso no me presento. Pero seguro que tus Navidades
son mil veces más extravagantes y mejores.
-¿T-tú
crees? Pues… en Japón, prácticamente, hacemos una guerra comercial…
-¿Qué
es una guerra comercial?
-Verás,
Italia- le dijo Dinamarca- una guerra comercial es una pelea que tiene lugar en
Navidad en la que las tiendas y centros comerciales se convierten en robots
gigantes, diseñados 100% por Ikea, y luchan hasta que solo quede uno en pie. El
que sobrevive vuelve a transformarse en edificio y la gente realiza ahí sus
compras navideñas.
-¿Q-qué?
N-no es así, Dinamarca-san.
-¿Ah
no? Bueno, pero mi versión seguro que es más interesante. JA JA JA.
-Dinamarca,
¿estás borracho?
-¿Qué?
¡Claro que no, Holanda! JA JA JA.
Holanda
y Bélgica suspiraron y se levantaron.
-Lo
lamento, pero lo mejor será que nos llevemos a Dinamarca- dijo Holanda
sacándolo a rastras de la sala.
Bélgica,
antes de salir, se dirigió a Alemania y le susurró algo al oído.
-Muy
bien, prosigamos- dijo Alemania- ¿alguien más?
-¡Yo!-
gritó Italia agitando sus brazos- en mi casa iluminamos una montaña entera,
cocinamos un pavo gigante y les regalamos cosas a nuestros amigos. Nuestras
Navidades son muy divertidas.
-¡Pero
las mías son las mejores!- gritó un extraño tipo de ojos rojos- en mi casa
tiene muchísimo éxito el mercado navideño, y hacemos dulces y adviento. ¡Soy
demasiado genial!
-Cierra
la boca, aniki.
-¿Pero
qué pasa, otouto?- le preguntó en tono burlón el de ojos rojos- seguro que a
Italia-chan le gustaría mucho celebrar la Navidad en nuestro país.
-Sí,
¡quiero volver a celebrar la Navidad con Doitsu y Prusia!
-De eso
nada- dijo Alemania- otro año más no, ¡en mi casa no se vuelve a hacer una
fiesta!
-Aguafiestas…
-No te
pongas así, Prusia. Después de todo, no es ningún secreto que las Navidades en
Francia son mucho más espectaculares y románticas que en vuestro país. Además,
nuestro Santa Claus reparte vino.
-No
vamos a celebrar las Navidades en tu casa, Francia- le dijo Alemania- no quiero
que vuelva a pasar lo del año pasado.
-¿Qué
ocurrió el año pasado?- preguntó Francia desconcertado.
-¿Cómo
podría decirlo delicadamente?
-Intentaste
violarnos a todos.
-Exactamente,
gracias España.
-¿En
serio? Pues no lo recuerdo…
-Eso es
porque estabas más borracho que una cuba.
-Bueno,
dejemos ya de hablar de Francia y sus perversiones. Si no hay nadie más que
quiera presentarse…
-A mí
me gustaría celebrar las Navidades en Finlandia.
-¿Q-qué?
¿Por qué, Su-san?
-Porque
tu país es el más cercano a Santa Claus.
-¡Es
verdad!- dijo Italia- ¡cuéntanos cómo celebras la Navidad!
-Pues…
tenemos saunas navideñas. Y con el fuego que nos sobra de las saunas derretimos
estaño y de acuerdo a la forma que tome, leemos la suerte para el año venidero.
No es algo muy normal, pero tampoco es lo más raro del mundo.
-Muy
interesante… bien, ahora me gustaría a mí, más bien le gustaría a Bélgica,
nominar a España.
-¿A mí?
Pero si en mi casa no hacemos nada especial… decoramos las calles con luces,
ponemos un árbol decorado en las casas y toda la familia monta un Belén. También
tenemos una cena todos juntos en la que no pueden faltar el marisco y el
cordero y, al final de la noche, brindamos todos juntos con champan o sidra.
-Bien,
ya tenemos suficientes países para votar, ¿no, Doitsu-san?
-Bueno,
la verdad es que a mí me gustaría presentarme también- dijo un chico con un oso
en brazos.
-¿Quién
eres?- le preguntó el oso.
-Soy
Canadá…
-Sí.
Coged el sobre que os repartirá Japón y apuntad el nombre del país que queráis
votar. Todos los que han explicado cómo es la Navidad en sus casas pueden salir
elegidos y además pueden votar por ellos mismos. Intentad no hacer un voto
nulo. Los votos de Holanda y Dinamarca contarán como nulos ya que no están aquí
y no han expresado su opinión, pero el de Bélgica contará como voto hacia España.
Ya podéis votar.
Todos
los países presentes realizaron la votación y unas horas después volvieron a
reunirse, cuando Alemania, Japón e Italia ya habían contado todos los votos.
-¿Quién
quiere dar la noticia?- preguntó Japón.
-¡Yo!-
respondió Italia- ¡felicidades Spain nii-chan! ¡La fiesta de Navidad será en tu
casa este año!
Y desde
ese día ha pasado un mes. Actualmente es 25 de diciembre y España lo tiene todo preparado, aunque en
contra de su voluntad. Pero eso no hizo que sus ganas decayeran. Todas las
calles fueron adornadas con luces y el pequeño palacio donde se celebraría la
fiesta se llenó de decoraciones navideñas y, a la entrada, se colocó un gran
árbol de Navidad con una estrella dorada en la punta y un montón de espumillón,
lazos y bolas en forma de tomate junto a un gran Belén que España había montado
el día anterior junto a Italia y Romano. En el centro del gran salón del
palacio se encontraba la pista de baile, rodeada por las mesas de comida. Aún
quedaban un par de horas para que la fiesta diera inicio y el pobre España no
podía con sus nervios.
-Venga
Spain nii-chan, ya verás como todo sale bien.
-¿Pero
y si no gusta el menú, Ita-chan?
-A ver
bastardo, ¿qué has puesto de menú?
-Unos
entremeses para abrir el apetito, de primero marisco, de segundo cordero y
ensalada y de postre turrón y todo tipo de dulces navideños.
-Seguro
que a todo el mundo le gustará, no te deprimas- intentó animarlo Italia.
-Es
verdad. Además, te has esforzado mucho al organizarlo todo. Así que no te
pongas nervioso.
-¿En
serio? ¡Sabía que en el fondo me querías, Lovi!- dijo España abrazando a
Romano.
*A
partir de aquí todos empiezan a llamarse por sus nombres humanos porque no es
un evento “oficial”. Salvo Italia que es idiota y seguirá llamando a todos como
le dé la gana, pero como lo queremos mucho y es el protagonista de Hetalia nos
fastidiamos*
-¿Interrumpimos
algo?
-Oh
Francis, cla-claro que no- dijo Antonio soltando a Lovino.
-Bueno,
si tú lo dices me lo tendré que creer.
Francis
fue el primero en llegar, pero poco después el resto de países llegaron como si
fueran una avalancha. En cuanto todos estuvieron reunidos en el gran salón del
palacio, se sentaron a comer.
-Tranquilo-
le dijo Lovino a Antonio tomando su mano por debajo de la mesa- todo va a salir
bien.
Gracias
a ese cariñoso, e inusual, gesto de afecto por parte de Lovino, Antonio logró
calmarse y disfrutar de la comida. Cuando ya estaban en el postre, todos
tomaron sus copas y el anfitrión se levantó.
-Muchas
gracias por haber venido esta noche a celebrar esta magnífica fiesta en mi
casa. Nunca esperé que esto saliera bien, así que estoy realmente contento por
el resultado que está teniendo. Solo espero que hayáis disfrutado de la comida
y que disfrutéis también del resto de la fiesta. Es una lástima que Laura no
haya podido venir, me habría gustado
decirle cuatro cosas, pero también espero que ella y todos los que no han
podido acudir hoy aquí estén teniendo unas Navidades tan buenas como las que
estamos teniendo nosotros. Por lo que este brindis se lo dedico a Nobuya,
Laura, Mathias, Vash y Lili. ¡Espero que estén disfrutando sus Navidades! Y
también querría dedicarle este brindis a Lovino, sin el que esta fiesta no
hubiera sido posible, y a Feliciano, que más que ayudar ha estorbado pero es
adorable y siempre tiene buenas intenciones.
Todo el
mundo aplaudió el brindis de Antonio y chocaron sus copas. En cuanto el
anfitrión se sentó, comenzó a sonar una bella música y muchas parejas salieron
a la pista a bailar. Lovino y Antonio se habían quedado solos en la mesa, pero
el italiano parecía un poco agobiado.
-Lovi,
¿quieres salir afuera?
-N-no
hace falta.
-Venga,
te estás agobiando- el español se levantó y cogió de la mano al que un día
estuvo a su cuidado- vamos fuera un rato.
Antonio
logró sacar a Lovino, quien casi se desmaya varias veces, y se sentaron juntos
bajo un gran árbol.
-Te has
estado esforzando mucho más que yo este mes para que todo saliese bien.
-¿Y
qué? No podías con todo tú solo.
-Pero
te has exigido demasiado, por eso estás así.
-Estoy
bien, ya sabes que no me gustan mucho los espacios cerrados, especialmente
cuando hay mucha gente.
-Lovi,
no soy tonto. Sé que casi te desmayas varias veces cuando salíamos.
-Eso no
es cierto. No soy tan débil, bastardo.
-Te has
sonrojado. Estás tan lindo cuando te sonrojas…
-Ca-cállate.
Yo no soy lindo.
-Sí que
lo eres.
-¡Que
no lo soy!
-Que
tozudo eres… por cierto, cierra los ojos.
-¿Qué?
¿Para qué?
-Voy a
darte mi regalo de Navidad.
Lovino
lo miró desconfiado, pero cerró los ojos. Antonio se acercó a él y le plantó un
beso en los labios. Cuando se separaron, Lovino empujó con fuerza a Antonio.
-¡¿Q-qué
diablos haces?!
-Darte
mi regalo. Feliz Navidad, Lovi.
Antonio
se levantó para irse, pero Lovino se levantó también y lo cogió del brazo.
-Fe-feliz
Navidad, Antonio…
El
español se giró y le dio un abrazo a Lovino.
-Te
quiero, Lovi…
-Y yo a
ti, bastardo…
Mientras
tanto en el gran salón…
-¡Atención!
¡Ha llegado Sea-kun!- gritó Sealand irrumpiendo en el palacio.
-¿Peter?
Vete de aquí, ya sabes que no eres un país.
-Cállate
traidor, que me vendiste por eBay.
-Hey, a
Arthur no le hables así- dijo Alfred levantando al pequeño por la camisa y
saliendo del palacio para echarlo junto a Arthur- el héroe te ordena que te
vayas, así que hazle caso.
El
pequeño Peter se marchó se allí maldiciendo a Alfred y a toda su parentela,
pero al fin y al cabo dejó en paz al resto de naciones.
-Gracias
por echarlo, Alfred.
-No hay
de qué, ya sabes que los héroes siempre acuden en ayuda de los débiles.
-No soy
débil…
-Ya sé
que no lo eres. Pero… sí que me podrías dar una recompensa, ¿sabes?
-¿Ah
sí?
-Sí,
¿te importa que me la cobre yo mismo?
-Bueno,
su-supongo que no…
Alfred
se acercó a Arthur y lo arrinconó contra la pared.
-Espero
que no te hayas dejado nada dentro, porque esta noche no vuelves.
-¿Q-qué
haces?
-Algo
que debí hacer hace mucho tiempo- el americano aprisionó las muñecas del inglés
y le plantó un salvaje beso en los labios- te amo Arthur, y voy a hacerte mío
quieras o no.
-A-Alfred…
-No voy
a detenerme por más que me lo pidas.
-N-no
voy a pedirte que te detengas… p-pero me da vergüenza hacerlo aquí…
Alfred
sonrió como nunca y soltó las muñecas de Arthur.
-¿Qué
tal si vamos a mi avión privado?
-¿T-tienes
avión privado?
-Soy un
héroe, ¿tú qué crees?
El
americano comenzó a caminar y el inglés lo siguió tomándole de la mano. Esa iba
a ser una noche inolvidable para ambos.
-Hola
Matthew.
-Oh,
hola Francis.
-¿Hoy
no llevas a Kumajiro?
-No,
decía que prefería quedarse en casa.
-Bueno,
mejor. Así no nos interrumpe. Por cierto, hoy estás muy guapo- le dijo Francis
guiñándole un ojo.
-N-no
digas tonterías, Francis. ¿Cuánto champan has bebido?
-El
suficiente para mantenerme sobrio. Matthew, ¿bailarías conmigo?
-F-Francis,
deja de tomarme el pelo.
-No te
estoy tomando el pelo. Venga, baila conmigo esta noche.
-P-pero…
-Si me
rechazas beberé tanto que pasará algo mucho peor a lo que decís que ocurrió el
año pasado.
-Vale,
pero solo un baile…
Francis
tomó la mano de Matthew y lo sacó a la pista de baile. Al llegar pegaron sus
cuerpos y comenzaron a danzar al ritmo de la suave música. Francis miraba con
una pervertida sonrisa al joven canadiense, que no lograba apartar la mirada de
esos orbes azules. Antes de que se dieran cuenta, la música cesó y tuvieron que
separarse.
-¿P-por
qué te separas?
-Porque
dijiste que solo un baile.
-B-bueno…
podemos… podemos bailar alguno más… después de todo, hoy es una noche especial…
El
francés se acercó a Matthew y le acarició el rostro con delicadeza mientras le
daba un beso en la frente.
-Si
seguimos bailando no me haré responsable de mis actos.
-Eh bien, aujourd'hui, c’est une soirée spéciale.
-Je, je. Tu es plein de surprises, petit prince.
-Entonces bailemos, si quieres descubrir más sorpresas esta noche.
-Vaya, vaya… y parecía tonto el niño…
Matthew le respondió con una
enigmática sonrisa que nunca antes había visto Francis en el rostro del joven
canadiense. Esa noche prometía bastante…
-No estoy acostumbrado a ver a tanta
gente junta y divirtiéndose, estoy tan feliz da. ¿Tú no, Yao?
-¿Eh?
-Yao, ¿estás bien da? Es muy raro que
te quedes mirando a las musarañas da.
-Es solo que estoy algo cansado por
el viaje aru, nada más, tranquilo aru.
-¡Oye tú! ¡Aléjate de mi nii-san!
-Natalia, no molestes a Rusia-chan y
a Yao.
-Cállate Sofía, ¡Nii-san es solo mío!-
dijo Natalia tirando de la bufanda de Iván.
-So-Sofía, a-ayúdame. M-me ahogo…
-¡Ah! ¡Natalia! ¡Suelta la bufanda de
Rusia-chan!
Sofía empezó a tirar de Natalia para
que soltara la bufanda de Iván, que a duras penas lograba respirar. Al final,
Yao se levantó y ayudó a la ucraniana con su trabajo que, milagrosamente,
lograron cumplir. Yao volvió a sentarse junto a Iván mientras veían como Sofía
arrastraba a la bielorrusa lejos de ellos a duras penas.
-Sofía sigue llamándote Rusia-chan,
no cambiará nunca aru…
-D-da…
-¿Te encuentras bien, Iván?
-¿P-podemos salir afuera un minuto da?
-Claro aru.
Ambos chicos salieron del palacio por
la puerta trasera y se apoyaron en la pared de este.
-I-Iván…
-¿Qué pasa da?
-No… nada…
-¿Eh? Quiero saber qué ibas a decir
da. Quiero oírlo, quiero oírlo.
-Es una tontería aru… es solo que… me
alegro de que no te quedases sin aire antes aru…
-Bueno, no me vendría mal un poco más
de aire da.
-¿Eh?
De pronto, la mirada dulce e inocente
de Iván se convirtió en una mirada aterradora que imponía respeto. La otra
personalidad del ruso que tanto asustaba al joven chino había despertado e Iván
había acorralado al aterrorizado Yao contra la pared.
-I-Iván… d-detente aru…
-No. No pienso parar.
-I-Iván, si no te detienes gritaré
aru.
-No podrás- dijo el ruso mientras
amordazaba al chino con su bufanda y atrapaba sus muñecas con una mano- lo
siento Yao, pero ya no puedo más. Yo… te necesito… necesito sentirte…
Los chicos cruzaron miradas. La de
Iván transmitía dolor, pero también un gran amor que le estaba matando por
dentro. En la de Yao, en cambio, se veía miedo, pero un miedo que era eclipsado
por un fuerte sentimiento de alegría y necesidad. Necesidad del hombre que
tenía ante él. Iván, como si hubiese entendido la mirada de su acompañante, le
retiró la bufanda de la boca y le besó con desesperación.
-E-eres un bruto aru…
-¿Ah sí? ¿Te gustaría descubrir cuán
bruto puedo llegar a ser?
-Puede ser divertido aru.
-Pequeño masoquista…
Y, bajo el frío de la noche, ambos
masoquistas jugaron a averiguar cuánto dolor pasional eran capaces de soportar
sus cuerpos.
-Y entonces, si los acaricias ahí, se
pondrán mucho más contentos.
-Ajá, entiendo… y así te ganarás
antes su confianza, ¿no?
-Sí, aún tienes mucho que aprender,
Kiku.
-¡Hola! ¿Qué tal llevas la noche,
Kiku?
-Oh, muy bien Sadiq-san. ¿Y tú?
-¡Genial! Me alegro mucho de haber
venido, aunque tenga que encontrarme con indeseables.
-¿Te estás refiriendo a mí, Sadiq?
-No quería decirlo tan directamente,
pero sí.
-Ya veo, pues entonces vete.
-Preferiría que te fueras tú. Después
de todo, Kiku me prefiere a mí.
-Eso no es cierto, Kiku me prefiere a
mí.
-He-Heracles, Sadiq. Parad, por
favor.
-¡No te metas en esto!- le gritaron a
coro.
Kiku, al oír esos gritos dirigidos a
su persona, salió corriendo del lugar.
-Mira lo que has hecho- le recriminó
Heracles al turco- deja que yo arregle esto.
El griego salió corriendo hacia donde
el japonés se había ido anteriormente y dejó ahí, quieto y derrotado, a Sadiq.
Heracles encontró a Kiku en los servicios llorando.
-Kiku… ¿estás llorando?
-He-Heracles, cla-claro que no- dijo
secando sus lágrimas.
-Kiku, no me mientas.
-Yo… no soporto que os peleéis así
por mí…
-Vale, te prometo que no volveré a
discutir con él sobre a cuál de los dos aprecias más.
-¿De veras?
-Sí- respondió el griego tomando al
japonés por la cintura- después de todo, sé que eres solo mío desde aquella
noche.
-N-no menciones eso…- dijo Kiku
completamente rojo.
-Vale, pero tendrás que darme algo a
cambio.
-¿Q-qué te parece esto?- preguntó Kiku
rodeando el cuello de Heracles con sus brazos y fundiéndose con él en un tierno
beso- ¿e-es suficiente?
-Lo siento, pero ahora quiero algo
más de ti.
Heracles pegó más en cuerpo de Kiku
contra el suyo y comenzó a acariciar su cintura por encima de la ropa. El
japonés sabía que pasaría a continuación y estaba feliz, ese sería el mejor
regalo de Navidad que su amado griego podría darle jamás.
-¿Me estás diciendo que no quieres
bailar con mi genial yo?
-Exactamente.
-¿Pero por qué? ¿Tan enfadado estás?
-Sí, creo que no es tan difícil de
ver. Pero claro, tú solo tienes ojos para ti y tu grandiosidad, y ya estoy
harto, Gilbert.
-Pero Roderich, ¿cómo puedes hartarte
del asombroso yo?
-¿Por qué será? Quizá porque eres un
arrogante y un narcisista, o baka san.
-Roderich…
-¿”Roderich” qué?
-Ya te vale… mira lo que me haces
decir… lo siento… siento mi arrogancia… te prometo que intentaré no ser tan
arrogante, pero perdóname… por favor…
-Estás perdonado- dijo el austriaco
con una sonrisa.
-¿Entonces me concedes este baile?-
le preguntó el prusiano tendiéndole la mano.
-Solo si no te alabas en toda la
noche.
-De acuerdo. El increíble yo... digo,
haré lo que pueda.
Roderich sonrió y salió a bailar con
ese loco al que una vez odió, pero del que ahora estaba tremendamente
enamorado. Después de todo, Gilbert siempre conseguía hacerlo reír con sus
ocurrencias y, aunque no soportase sus momentos de autoalabanza, nunca se
atrevería a dejarlo.
-Emil…
-¿Qué pasa, Lukas?
-Llámame “onii-chan”.
-Ya te he dicho muchas veces que no.
-¿Por qué?
-Porque no.
-Pero es Navidad.
-¿Y eso qué tiene que ver?
-Pues que no me has hecho ningún
regalo.
-¿Y no puedo darte otra cosa?
-No. Quiero que te sientes en mi
regazo y me llames “onii-chan”.
-¿Es necesario?
-Sí.
-Ya me puedes dar tú un buen regalo…
Emil se levantó y se sentó en el
regazo de Lukas, este lo abrazó por la espalda.
-Onii-chan- dijo el joven
avergonzado.
-Gra-gracias…- dijo el noruego con un hilo de voz.
-Lu-Lukas, ¿te encuentras bien?
-S-sí… es solo que… estoy feliz…
-Lukas… ¿estás… estás llorando?
-Q-qué más da…
-Y-yo… lo siento… es mi culpa que
llores, ¿verdad?
-Liten idiot… claro que es tu culpa, voy a tener que darte un gran regalo.
El joven islandés tan solo suspiró, le esperaba una noche muy larga… pero extrañamente se sentía tremendamente feliz.
-Onii-chan… I love you…
-Y yo a ti, pequeño, y yo a ti…
Lukas afianzó el abrazo que ejercía
sobre Emil y se secó las lágrimas en su ropa. Los dos se sentían extremadamente
felices en ese momento, pero ninguno se atrevía a moverse. Quizá por miedo a
que el otro se quebrara como si fuera una delicada figurita de cristal o tal
vez temiendo que fuese un sueño y que despertasen al moverse. Quién lo sabe.
Pero hay algo que ambos sabían bien, algo nuevo empezaba en ese momento y no
pensaban dejarlo ir.
-Vaya, que bien bailas, Su-san.
-¿Tú crees?
-¡Sí! Es increíble cómo te mueves,
nunca imaginé que fueras tan bueno.
-Gracias, eres una gran esposa.
-N-no digas tonterías. Te he dicho
muchas veces que no puedo ser tu esposa, soy hombre.
-¿Y qué?
-Pues que no es posible, no puedo ser
esposa siendo hombre.
-Entonces esposo.
-P-pero Su-san…
-Tino, te he dicho muchas veces que
puedes llamarme por mi nombre. ¿Por qué no lo haces?
-Ah, supongo que es la costumbre.
Además, Su-san suena muy lindo, ¿no crees?
-¿Li-lindo?
-Sí. Pero lo cierto es que tu nombre
también me gusta bastante, Berwald es un nombre muy apropiado para ti.
-¿Muy apropiado? ¿Por qué?
-Pues… porque suena muy varonil y…
-¿Y?
-N-nada, olvídalo.
-No, dímelo.
-Q-que no es nada.
-Tino. Si no me lo cuentas ahora, lo
harás esta noche mientras te castigo.
-N-no, castigo no.
-Pues dímelo, ya sabes que a mí
tampoco me gusta castigarte. Además, una esposa no debe tener secretos para su
marido.
-Y dale… que no soy tu esposa.
-Da igual, habla.
-Pues… decía que Berwald suena muy
varonil y… sexy…
-¿E-en serio?- preguntó el sueco algo
sonrojado.
-S-sí…
-Nunca antes me habían dicho algo así…
gracias…- dijo Berwald con una sonrisa en su rostro.
-¿Estás sonriendo? ¡Estás sonriendo!
Nunca antes te había visto sonreír- dijo un feliz finlandés pegándose más al
cuerpo de su “esposo”- tienes una sonrisa preciosa.
Ante esto, que el sueco interpretó
como una insinuación, Berwald se acercó al oído de Tino y le susurró algo casi
inaudible. Algo que tan solo ellos dos entendieron y oyeron. Algo que provocó
un enorme sonrojo en el rostro del finlandés, pero también una pequeña sonrisa
que no pasó desapercibida para su alto acompañante. ¿Por fin serían
correspondidos los sentimientos de Berwald? ¿Por fin había logrado enamorar a
Tino? ¿Por fin sería uno con él? Esas son unas respuestas que tan solo el
tiempo conoce y que el sueco debería encontrar por sí mismo aquella noche.
-¿Ves? Te dije que sería divertido-
dijo un chico rubio sentándose en una silla.
-¿Divertido? Feliks, ninguno de los
dos sabe bailar y encima tú llevas un vestido. ¡No ha sido para nada divertido!-
le dijo otro chico sentándose a su lado- y además Natalia me ha visto… ahora sí
que no tengo ninguna posibilidad con ella.
-Nunca la has tenido.
-Cállate, todo es culpa tuya…
-T-Toris… no pensé que fuera a
molestarte tanto… ¿tanto te gusta Natalia?
-Sí, ¿es que no lo entiendes?
-Claro que lo entiendo. Lo que pasa
es que… que me da igual. Esa asquerosa bielorrusa no me gusta nada para ti.
-¿Qué? ¿Quién te ha dicho que puedes
meterte en mi vida amorosa?
-Yo.
-¡Tú no cuentas! Además, ¿por qué no
te gusta Natalia para mí?
-Porque no tiene un poni.
-Esa razón no es válida.
-Para mí sí.
Toris simplemente bufó. ¿Qué le
pasaba a su amigo? Nunca sabía lo que estaba pensando, pero él, en cambio,
siempre parecía conocer sus pensamientos. ¿Y por qué siempre era tan hostil
cuando mencionaba a Natalia? ¿Y por qué tuvo que venir con vestido en vez de
con traje como la gente medianamente normal? Vale, él no era normal para nada,
pero…
-Deja de pensar tanto, no te hará
bien.
-Cierra la boca, estoy enfadado
contigo.
-¿Por qué? Yo solo he sido sincero.
-Pues no vuelvas a serlo.
-Eres un imbécil. Pero, ¿sabes qué? Kocham cie.
¿Había oído bien? ¿En serio Feliks había dicho eso? No se paró a pensarlo, simplemente fue tras él y lo agarró del brazo.
-¿Qué quieres ahora?- le preguntó molesto el polaco.
-¿De verdad has dicho lo que creo que has dicho?
-¿Kocham cie? Sí, lo he dicho. ¿Y qué?
-Sí.
El lituano no puedo evitar que el
corazón se le encogiese al escuchar ese “sí” de los labios de su amigo y, como
si fuera un acto reflejo, abrazó al rubio con fuerza.
-T-Toris…
-Feliks… sé que no lo merezco, pero…
dame… dame una oportunidad. Enamórame.
El polaco únicamente sonrió ante
aquello, su amigo podía llegar a ser muy dulce. Y justamente era esa faceta
tierna y dulce la que había hecho que se enamorara de él. E iba a hacer todo lo
posible para que ese sentimiento fuese mutuo.
-Doitsu, Doitsu. ¿Por qué no bailas
conmigo?
-Porque no me apetece.
-Doitsu, Doitsu. ¿Por qué bebes tanta
cerveza?
-Porque me gusta.
-Doitsu, Doit…
-¡Déjame en paz un rato!
-V-vale… pero no me grites, p-por
favor…
-Oh, lo siento Feliciano. No quería
asustarte.
-No pasa nada, ya estoy acostumbrado
a que Doitsu me grite, aunque sigue sin gustarme que lo haga…
-¿Tanto te grito?
-Sí, como mínimo cinco veces al día.
-Vaya… sí que soy gritón.
-Un poco, pero no pasa nada. Yo te
quiero como eres.
-Es un detalle por tu parte.
-Ja, ja. Para nada, por cierto, ¿te
gustaría cenar conmigo en año nuevo?
-Claro, es mejor que aguantar al
idiota de mi aniki.
-Bien, probaré una receta nueva de
pasta.
El alemán siguió hablando sobre
cualquier cosa con el italiano y, curiosamente, no tomó ni un trago más de su
cerveza. ¿Estaría ya borracho? Para nada. ¿Y si estaba saciado? Eso nunca,
siempre querría beber más y más cervezas. Entonces… ¿por qué dejó de beber para
concentrarse en Feliciano? ¿Y si era eso? ¿Y si era por Feliciano? Después de
todo, ese inútil italiano siempre hacía cualquier cosa por él, tal vez se le
estuviese pegando algo de su comportamiento. O quizá estaba… ¿enamorándose? No,
eso no era posible… ¿o sí?
-O-oye Feliciano, tú… ¿qué piensas
sobre mí?
-¿Eh? ¿Por qué? ¿No te habrá dicho
nada Kiku?
¿Kiku? ¿Qué tendría que decirlo el
japonés que no supiera? ¿Acaso el italiano le ocultaba cosas al alemán?
-¿Me estás ocultando algo?
-¿Qué? N-no, para nada. ¿Qué te hace
pensar eso, Lud?
-Tal vez que nunca me llamas por mi
nombre, solo lo haces cuando estás muy nervioso.
-¡Q-qué va!
-Feliciano, ¿sabes que los mejores
amigos no se guardan secretos?
-¿Ah-ah sí?
-Sí, y si lo haces significa que no
somos mejores amigos.
-P-pero tú eres mi mejor amigo.
-Empiezo a dudarlo…
A Ludwig no le gustaba tener que
recurrir a esos métodos, pero debía hacer hablar a Feliciano como fuera.
-Es que… si te lo cuento ya no
seremos amigos nunca más…
-¿Y eso por qué?
-Porque… yo… ti amo…
¿Qué? Espera. ¡¿QUÉ?! ¿Qué Feliciano
estaba enamorado de él? No, no era cierto, era todo una broma. Seguro que
Gilbert había obligado a Feliciano a decirle eso a Ludwig para ponerlo en una
situación incómoda. Pero… ¿y si no era así? ¿Y si el pequeño italiano lo amase
de verdad?
-¿L-lo dices en serio?
Feliciano asintió. No estaba feliz,
estaba triste. Estaba llorando, tenía miedo de perder a su mejor amigo. Pero lo
cierto es que no tenía por qué sentirse así. Aquella confesión había aclarado
la confusión del alemán y se había dado cuenta de que amaba con toda su alma a
aquel italiano tonto e inútil que siempre lo hacía enfadar, pero que también
era su alegría.
Con algo de inseguridad, Ludwig tomó
la mano de Feliciano con una mano y, con la otra, le acarició el rostro
secándole las lágrimas.
-Yo también te quiero- le dijo con
una pequeña sonrisa.
El italiano abrió sus ojos tanto como
pudo, pero los cerró al sentir los labios de Ludwig sobre los suyos. Nunca
antes se había sentido tan feliz. Estas eran las mejores Navidades de toda su
vida.
-Sadiq, ¿has visto a Antonio?
-¿A Antonio? Se fue hace un rato con
Lovino, ¿por?
-Laura me había pedido que le diera
algo, pero no me acordé hasta ahora. ¿Por dónde se fueron?
-Por ahí- le respondió el turco
señalándole la perta por donde la pareja salió anteriormente- por cierto,
Elizabeta. Me debes un baile, por lo de la apuesta.
-¿En serio? ¿He ganado yo?
-Sí, puedes ir a ver si quieres.
-Casi que no, hasta las fujoshis nos
traumatizamos.
-Como prefieras, espero que
encuentres a Antonio.
-Y yo, hasta luego.
La húngara se despidió del turco con
el que una vez peleó y salió a buscar al anfitrión de la fiesta. Caminó hasta
llegar cerca de donde estaban Antonio y Lovino, pero al ver cómo estaban
decidió esconderse tras un arbusto desde donde podía ver y oír perfectamente.
Se asomó de nuevo para ver y sacó su cámara de fotos. Tenía que inmortalizar
ese momento. Antonio estaba arrodillado frente a Lovino y sujetaba una pequeña
cajita con algo brillante en su interior y el pequeño italiano parecía que
estaba llorando, pues se tapaba el rostro para que su acompañante no viese
aquellos relucientes fluidos que se escapaban de sus ojos.
-Lovino Vargas, sé que no soy el
mejor jefe del mundo y que muchas veces no te hago el caso que te mereces,
pero, ¿querrías casarte conmigo?
-Maldito bastardo… ¡pues claro que
sí!
Elizabeta no podía creerlo. Lo estaba
viendo, pero no se lo acababa de creer. Antonio y Lovino se iban a casar… era
algo… increíble… nunca pensó que aquel italiano malhumorado fuera a decirle que
sí al inconsciente español. Pero lo cierto es que se sentía realmente feliz por
ellos, aunque no tanto por su amiga belga.
-Lo siento Laura, parece que tu deseo
navideño no se va a cumplir- susurró para sí misma mientras abría una cajita
roja que tenía un anillo de oro dentro- pero, eso ya lo sabías, ¿no, Laura?
-Sí- le respondió la belga, que
estaba tras ella, llorando con una sonrisa- feliz Navidad, Elizabeta. ¿No crees
que mi mejor regalo es que Antonio esté tan feliz? Después de todo, si él es
feliz yo también lo seré.
-Sí… realmente lo creo porque yo
también he recibido ese regalo… feliz Navidad, Laura.