Durante
años la quise, durante años la amé y, cuando al fin la conseguí, me la
arrebataron de la más horrible forma. Se convirtió en mi vida, en mi razón para
vivir y seguir leyendo las páginas de mi historia. Le di todo mi corazón y lo perdí,
me lo robaron junto a su sonrisa y lo partieron en mil pedazos frente a mí.
Caí, caí y no puedo levantarme de nuevo porque ya no estás para tenderme tu
mano, porque ya no tengo motivos para caminar hacia delante, para vivir.
Disparar la bala, es lo único que deseo, pero mi cuerpo no responde y tira
lejos la pistola para volver a llorar desconsoladamente tu ausencia.
¿Por
qué? ¿Por qué mi cuerpo me impide matarme? ¿Qué es lo que impide nuestro
reencuentro? No lo entiendo, simplemente no lo entiendo. Te amo y quiero volver
a verte, volver a sentir tus caricias, tus besos, tus abrazos; pero mis manos
no responden y se deshacen de las armas, mis pies retroceden en lugar de
avanzar hacia el abismo, mi mente me dice que acabar con mi vida no es la
solución, tus últimas palabras invaden mi alma: “no te olvides de vivir, no te
olvides de mi amor”.
¿Cómo
podré vivir sin ti? Tú te convertiste en mi razón para seguir adelante, ¿acaso
si recuerdo tu amor podré seguir caminando? ¿De verdad lo pensabas? Te equivocaste…
¡Es justamente que no logro olvidarte la razón de mi sufrimiento! ¿O es que
debo dejar de amarte e ignorar que exististe sin apartar el recuerdo de tu
sentimiento? No podría hacer tal cosa, ¿cómo relegaría el amor de años? ¿Cómo
abandonar el último año de mi vida en el cual mi pasión por fin fue
correspondida? ¿Cómo no recordar cada instante las palabras de aquel día en el
que el que el sol de la tarde nos guardó de los males y las mentiras de los
malvados? ¿Cómo apartar ese 31 de octubre de mi cabeza, de mi corazón? Es
imposible, simplemente imposible.
Sé que
tú nunca creíste en imposibles y límites. Para ti, la vida era un mundo
infinito; mas para mí no hay más que vallas que limitan mi visión y me prohíben
salir del recinto con alambres de espino que se clavan en mi piel provocándome
alaridos del más horrible de los dolores. Cada día recuerdo el último año.
Todas tus sonrisas, todas tus caricias, todos tus besos, todos tus abrazos,
todos tus enfados, todos tus “te amo”. A veces consigo sonreír al acordarme de
todo aquello, pero entonces miro el calendario y veo el 31 de octubre marcado.
El día que hicimos un año, el día en que me fuiste arrebatada y te llevaste mi
corazón contigo. No puedo olvidarlo. No puedo olvidar el coche que llenó de
sangre tu bella figura. No puedo olvidar mi grito de “cuidado”. No puedo
olvidar el rostro divertido de aquel borracho que te separó de mi lado para
siempre, No puedo olvidar a tu hermana gritándome en el hospital que todo era
culpa mía por amarte. No puedo olvidar tu última sonrisa. No puedo olvidar tu
gesto de angustia. No puedo olvidar el frío de las manos que antaño me dieron
calor y cariño. No puedo olvidar mis lágrimas de impotencia. No puedo olvidar
el pitido chirriante de la máquina a la que te tenían atada. No puedo olvidar
tus ojos cerrándose. Nada de eso logra abandonar mis pensamientos y cada día la
pena y la culpa crecen en mi interior acabando conmigo desde dentro
provocándome un sufrimiento inmenso del que no puedo salir, una oscuridad en la
que no brilla la más tenue luz por la que pueda escapar.
Y poco
a poco me voy marchitando al darme cuenta de que volverás a mis brazos, al
darme cuenta de que jamás volveré a sentir tu piel contra la mía. Ahora solo me
queda cerrar los ojos y esperar a que Dios se apiade de mí y detenga los
latidos de mi roto corazón. Pero entonces una luz brillante se posa en mi
rostro y me obliga a abrir los ojos, que son cegados al sentir al reluciente
sol mirándome a los ojos directamente. Me levanto y me dirijo a la ventana y
entonces… Revivo. Revivo al ver los tonos naranjas que bañan el cielo y cómo la
brillante estrella, oculta tras las esponjosas nubes, me sonríe y me abraza
regalándome todo el calor que una vez fue tuyo.
Y
entonces vuelvo a sentirlos, vuelvo a sentir tus brazos rodeando mi cuerpo y al
fin lo entiendo todo. Rompo a llorar y, entre lágrimas, juro que no volveré a
rendirme y que seguiré viviendo por ti, para que nuestro reencuentro no suceda
hasta que mi corazón deje de latir motu propio, satisfecho por haber cumplido
su promesa. De verdad te lo digo, ahora por fin entiendo tus últimas palabras,
por fin veo ese mundo sin límites que tanto amabas, por fin sé por qué he
seguido viviendo; y mis lágrimas son las que sellan la promesa, el juramento, y
son transmisores mudos de mis sentimientos.
Definitivamente
no me detendré de nuevo, no me dejaré encerrar otra vez; por ti, por mí, por
mis lágrimas, por el sol… Por todo aquello que nunca me ha abandonado y que
jamás se rindió para darme la esperanza que en estos momentos albergo en mi
corazón gracias a ti, a mis lágrimas, al sol… Miro el calendario: 31 de
octubre, ha pasado un año.