domingo, 9 de noviembre de 2014

Andrómeda

Nota: esta pequeña historia es un trabajo que tuve que hacer para Literatura Universal y que pensé que igual os gustaba leer.


Cerré los ojos por un instante y volví a ver aquella imagen, aquel recuerdo tan lejano y doloroso. La recordé a ella una vez más, al único ser que realmente me importaba. Lo recordé a él, a mi odioso hermano mayor que la arrebató de mi lado. Recordé aquel olor a sangre. Recordé el dolor y sentí ganas de llorar una vez más.

-Señor Hades…

Miré a la persona que me había llamado, que no era otra que Pandora.

-¿Qué quieres Pandora?

-Su sobrino Hermes solicita verle.

-¿Hermes? Debe ser importante… hazle pasar- Pandora asintió y se retiró, poco después entró Hermes- ¿qué demonios pasa Hermes?

-Yo también me alegro de verte, tío- dijo con sarcasmo.

-Habla ya o lárgate.

-Vale, vale. Atenea me pidió que te entregara esto- Hermes me entregó una carta- bueno, yo ya he cumplido- dijo marchándose.

Abrí la carta y la leí.

“Hades,

sé que no me soportas, así que tuve que depender de Hermes para poder hacerte llegar este mensaje. Estoy más que segura de que no te has olvidado de Perséfone. Tengo una noticia importante relacionada con ella, acude al Santuario nada más leer esto, te lo ruego.

Atentamente,

tu sobrina Atenea.”

Me costó un poco reaccionar. ¿Qué tendría que decirme esa mocosa sobre Perséfone? Rápidamente hice llamar a mis tres jueces, que en poco tiempo se hallaron frente a mí.

-¿Por qué nos ha hecho llamar a los tres, señor Hades?- me preguntó Radamanthis, el más fuerte y confiable de mis jueces.

-Voy a subir a la tierra, Atenea me ha mandado un mensaje solicitando mi presencia. Minos, Aiacos; vosotros dos me acompañaréis. Radamanthis, tú te quedarás al cargo del Inframundo.

-Puede confiar en mí.

-Eso espero. Pero como cuando vuelva esté algo fuera de su sitio, te arrojaré al Cocito. Quedas avisado, ¿entendido?- Radamanthis tragó saliva y asintió- muy bien, ¡nos vamos!

Abrí un portal y entré a él junto a mis dos jueces. En un abrir y cerrar de ojos nos habíamos transportado al Santuario, aquel al que los mortales denominaban “Acrópolis”. Nada más pisar el suelo, apareció Atenea para recibirme.

-Hades… me alegro de verte…

-Déjate de rodeos, niña. Dime cuál es esa noticia tan importante sobre Perséfone.

-Sígueme- Atenea comenzó a caminar y yo la seguí sin entender muy bien lo que pasaba- mira ese templo- me dijo cuando nos paramos- es un templo hecho en honor a Poseidón.

-¿A Poseidón? ¿Aquí?- ella solo asintió con la cabeza- ¿y qué tiene eso que ver con Perséfone?

-Hace poco una joven chica se convirtió en una de las sacerdotisas de ese templo. Parece ser que perdió la memoria, y en el pueblo que se encuentra cerca de aquí aseguran que es huérfana.

-¿Y qué me quieres decir con eso?

-¡Por dios Hades! Esa chica no perdió la memoria, Anfítrite se la borró- Atenea calló, pero al ver que yo no comprendía lo que me intentaba decir, habló de nuevo- es la reencarnación Perséfone…

-¿E-en serio? ¿Por qué no has empezado por ahí?

-No lo sé, ¿vale? Pero aún así, no ha recuperado su memoria original. Es posible que Anfítrite la esté bloqueando de algún modo.

-¿Podría ayudarnos Hécate?

-No creo. Lo más probable es que solo tú puedas hacer que ese bloqueo desaparezca, y así despertar a la que un día fue tu consorte- Atenea me señaló a una muchacha de castaños cabellos y añiles ojos que salía del templo de Poseidón- aquella es, Andrómeda la llaman.

-Sin duda ese nombre no es el suyo auténtico. Seguro que Poseidón se lo ha puesto para burlarse de mí, aunque no puedo negar que guarda un cierto parecido con aquella doncella.

-¿No lo guardaba también Perséfone?

-Un poco, pero Perséfone era mil veces más hermosa que ella.

-Ve a por ella, Hades. Recuerda, al César lo del César.

-Cierto. Minos, Aiacos; esperad aquí- bajé hasta el templo y me posicioné tras la muchacha- buenos días, doncella.

-Oh- se giró sorprendida- buenos días, ¿viene a honrar a Poseidón?

-No, vengo a verte ti.

-¿A mí? ¿Tengo algo de especial?

-Mucho, más de lo que tú te crees. Pero hay algo que me gustaría saber, ¿por qué eres una sacerdotisa de Poseidón?

-Yo… realmente no lo sé…

-¿Y por qué lo honras sin saber?

-N-no lo sé…

-¿Sabes acaso quién eres?

La muchacha me miró con cara de sorpresa y miedo. Iba a contestarme algo, pero una mujer de azules cabellos y ojos del mismo color habló por ella.

-Eso no te incumbe.

-Anfítrite… a mi me tratas con respeto, que soy el dios de los muertos mientras que tú no eres más que una diosa degradada a ser el consorte de un traidor.

-¿Llamas traidor a tu propio hermano? ¿Acaso quieres que la ira del mar caiga sobre ti?

-No me asustan tus amenazas, sois Poseidón y tú quienes debéis temer mi ira.

-¡No me tientes Hades!- clamó una voz.

-No te temo, Poseidón. Dame lo que es mío y me marcharé.

-No estás en el Inframundo, hermano mío. ¿Crees que puedes asustarme lanzando amenazas en vano?- dijo Poseidón mostrándose.

-No serán en vano cuando tu esposa perezca en mi reino.

-¿Piensas de veras que puedes…- Anfítrite calló al sentir dos gélidas cuchillas en su cuello.

-Habla y morirás- dijo con voz fría Aiacos.

-Maldito…- masculló Poseidón- ¿haces todo esto por una mujer?

-Por mi mujer morirá la tuya, es un precio justo.

-¿Tanto la amas? Pues que sepas que el amor será tu perdición. Yo soy hombre de muchas mujeres, mas tú decidiste entregarte solo a una… mata, si lo deseas, a Anfítrite; pero entonces Perséfone nunca volverá…

-No dejaré que la toques- dije cogiendo a la muchacha como lo hice tantos siglos atrás al raptarla- estate quieta, ¿vale?

-¿Quién demonios sois?- me preguntó asustada.

-Pronto lo recordarás- abrí un portal, y antes de entrar, dije una última cosa- Poseidón, tú lo dijiste, “mata, si lo deseas, a Anfítrite”. Minos, Aiacos; matadla- crucé el portal y aparecí de nuevo en mi reino.

-¿So-sois Hades?- me preguntó la muchacha, que aún se hallaba entre mis brazos.

-Así es.

-¿Sabéis quién soy?

-Por supuesto, ¿quieres recordarlo todo?

-¿Todo?

-Sí… quién eres, de dónde vienes… absolutamente todo.

-¿Puedo pediros algo?

-Lo que quieras.

-Perdone a Anfítrite. Ella tan solo obedecía órdenes de Poseidón, en realidad es muy buena y gentil.

-¿Cómo lo sabes?

-No sé… tan solo… lo creo así.

-Pues si ese es tu deseo, lo cumpliré. Ahora, cierra los ojos.

La joven cerró los ojos y, afianzando el abrazo que ejercía sobre ella, junté mis labios con los suyos. Rodeó mi cuello con sus brazos y respondió al beso con amor y pasión. Lentamente, nos fuimos separando y vi cómo sus cabellos se tornaban negros como el carbón.

-Perséfone…

-Oh, Hades… mi amado Hades…

Nos fundimos de nuevo en un cálido beso que hizo que incluso yo, el dios de los muertos, sintiera vida en mi interior. Esta vez no iba a dejarla ir. Estaríamos juntos toda la eternidad. Ni humanos ni dioses podrían separarnos esta vez. Ella era solo mía y yo era solo suyo, y así sería hasta el fin de los tiempos.

Para siempre…
 
Cinderella

No hay comentarios:

Publicar un comentario