Cerré los ojos por un instante y
volví a ver aquella imagen, aquel recuerdo tan lejano y doloroso. La recordé a
ella una vez más, al único ser que realmente me importaba. Lo recordé a él, a
mi odioso hermano mayor que la arrebató de mi lado. Recordé aquel olor a
sangre. Recordé el dolor y sentí ganas de llorar una vez más.
-Señor Hades…
Miré a la persona que me había
llamado, que no era otra que Pandora.
-¿Qué quieres Pandora?
-Su sobrino Hermes solicita verle.
-¿Hermes? Debe ser importante… hazle
pasar- Pandora asintió y se retiró, poco después entró Hermes- ¿qué demonios
pasa Hermes?
-Yo también me alegro de verte, tío-
dijo con sarcasmo.
-Habla ya o lárgate.
-Vale, vale. Atenea me pidió que te
entregara esto- Hermes me entregó una carta- bueno, yo ya he cumplido- dijo
marchándose.
Abrí la carta y la leí.
“Hades,
sé que no me soportas, así que tuve
que depender de Hermes para poder hacerte llegar este mensaje. Estoy más que
segura de que no te has olvidado de Perséfone. Tengo una noticia importante
relacionada con ella, acude al Santuario nada más leer esto, te lo ruego.
Atentamente,
tu sobrina Atenea.”
Me costó un poco reaccionar. ¿Qué
tendría que decirme esa mocosa sobre Perséfone? Rápidamente hice llamar a mis tres
jueces, que en poco tiempo se hallaron frente a mí.
-¿Por qué nos ha hecho llamar a los
tres, señor Hades?- me preguntó Radamanthis, el más fuerte y confiable de mis
jueces.
-Voy a subir a la tierra, Atenea me
ha mandado un mensaje solicitando mi presencia. Minos, Aiacos; vosotros dos me
acompañaréis. Radamanthis, tú te quedarás al cargo del Inframundo.
-Puede confiar en mí.
-Eso espero. Pero como cuando vuelva
esté algo fuera de su sitio, te arrojaré al Cocito. Quedas avisado, ¿entendido?-
Radamanthis tragó saliva y asintió- muy bien, ¡nos vamos!
Abrí un portal y entré a él junto a
mis dos jueces. En un abrir y cerrar de ojos nos habíamos transportado al
Santuario, aquel al que los mortales denominaban “Acrópolis”. Nada más pisar el
suelo, apareció Atenea para recibirme.
-Hades… me alegro de verte…
-Déjate de rodeos, niña. Dime cuál
es esa noticia tan importante sobre Perséfone.
-Sígueme- Atenea comenzó a caminar y
yo la seguí sin entender muy bien lo que pasaba- mira ese templo- me dijo
cuando nos paramos- es un templo hecho en honor a Poseidón.
-¿A Poseidón? ¿Aquí?- ella solo
asintió con la cabeza- ¿y qué tiene eso que ver con Perséfone?
-Hace poco una joven chica se
convirtió en una de las sacerdotisas de ese templo. Parece ser que perdió la
memoria, y en el pueblo que se encuentra cerca de aquí aseguran que es
huérfana.
-¿Y qué me quieres decir con eso?
-¡Por dios Hades! Esa chica no
perdió la memoria, Anfítrite se la borró- Atenea calló, pero al ver que yo no
comprendía lo que me intentaba decir, habló de nuevo- es la reencarnación
Perséfone…
-¿E-en serio? ¿Por qué no has
empezado por ahí?
-No lo sé, ¿vale? Pero aún así, no
ha recuperado su memoria original. Es posible que Anfítrite la esté bloqueando
de algún modo.
-¿Podría ayudarnos Hécate?
-No creo. Lo más probable es que
solo tú puedas hacer que ese bloqueo desaparezca, y así despertar a la que un
día fue tu consorte- Atenea me señaló a una muchacha de castaños cabellos y añiles
ojos que salía del templo de Poseidón- aquella es, Andrómeda la llaman.
-Sin duda ese nombre no es el suyo
auténtico. Seguro que Poseidón se lo ha puesto para burlarse de mí, aunque no
puedo negar que guarda un cierto parecido con aquella doncella.
-¿No lo guardaba también Perséfone?
-Un poco, pero Perséfone era mil
veces más hermosa que ella.
-Ve a por ella, Hades. Recuerda, al
César lo del César.
-Cierto. Minos, Aiacos; esperad
aquí- bajé hasta el templo y me posicioné tras la muchacha- buenos días,
doncella.
-Oh- se giró sorprendida- buenos
días, ¿viene a honrar a Poseidón?
-No, vengo a verte ti.
-¿A mí? ¿Tengo algo de especial?
-Mucho, más de lo que tú te crees.
Pero hay algo que me gustaría saber, ¿por qué eres una sacerdotisa de Poseidón?
-Yo… realmente no lo sé…
-¿Y por qué lo honras sin saber?
-N-no lo sé…
-¿Sabes acaso quién eres?
La muchacha me miró con cara de
sorpresa y miedo. Iba a contestarme algo, pero una mujer de azules cabellos y
ojos del mismo color habló por ella.
-Eso no te incumbe.
-Anfítrite… a mi me tratas con
respeto, que soy el dios de los muertos mientras que tú no eres más que una
diosa degradada a ser el consorte de un traidor.
-¿Llamas traidor a tu propio
hermano? ¿Acaso quieres que la ira del mar caiga sobre ti?
-No me asustan tus amenazas, sois
Poseidón y tú quienes debéis temer mi ira.
-¡No me tientes Hades!- clamó una
voz.
-No te temo, Poseidón. Dame lo que
es mío y me marcharé.
-No estás en el Inframundo, hermano
mío. ¿Crees que puedes asustarme lanzando amenazas en vano?- dijo Poseidón
mostrándose.
-No serán en vano cuando tu esposa
perezca en mi reino.
-¿Piensas de veras que puedes…-
Anfítrite calló al sentir dos gélidas cuchillas en su cuello.
-Habla y morirás- dijo con voz fría
Aiacos.
-Maldito…- masculló Poseidón- ¿haces
todo esto por una mujer?
-Por mi mujer morirá la tuya, es un
precio justo.
-¿Tanto la amas? Pues que sepas que
el amor será tu perdición. Yo soy hombre de muchas mujeres, mas tú decidiste
entregarte solo a una… mata, si lo deseas, a Anfítrite; pero entonces Perséfone
nunca volverá…
-No dejaré que la toques- dije
cogiendo a la muchacha como lo hice tantos siglos atrás al raptarla- estate
quieta, ¿vale?
-¿Quién demonios sois?- me preguntó
asustada.
-Pronto lo recordarás- abrí un
portal, y antes de entrar, dije una última cosa- Poseidón, tú lo dijiste,
“mata, si lo deseas, a Anfítrite”. Minos, Aiacos; matadla- crucé el portal y
aparecí de nuevo en mi reino.
-¿So-sois Hades?- me preguntó la
muchacha, que aún se hallaba entre mis brazos.
-Así es.
-¿Sabéis quién soy?
-Por supuesto, ¿quieres recordarlo
todo?
-¿Todo?
-Sí… quién eres, de dónde vienes…
absolutamente todo.
-¿Puedo pediros algo?
-Lo que quieras.
-Perdone a Anfítrite. Ella tan solo
obedecía órdenes de Poseidón, en realidad es muy buena y gentil.
-¿Cómo lo sabes?
-No sé… tan solo… lo creo así.
-Pues si ese es tu deseo, lo
cumpliré. Ahora, cierra los ojos.
La joven cerró los ojos y,
afianzando el abrazo que ejercía sobre ella, junté mis labios con los suyos.
Rodeó mi cuello con sus brazos y respondió al beso con amor y pasión.
Lentamente, nos fuimos separando y vi cómo sus cabellos se tornaban negros como
el carbón.
-Perséfone…
-Oh, Hades… mi amado Hades…
Nos fundimos de nuevo en un cálido
beso que hizo que incluso yo, el dios de los muertos, sintiera vida en mi
interior. Esta vez no iba a dejarla ir. Estaríamos juntos toda la eternidad. Ni
humanos ni dioses podrían separarnos esta vez. Ella era solo mía y yo era solo
suyo, y así sería hasta el fin de los tiempos.
Para siempre…
Cinderella
No hay comentarios:
Publicar un comentario